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Durante años he pensado que hay una confrontación del destino en mi contra, una especie de plan maligno que cada sábado (y a veces entre semana) intenta convertirme en testigo de Jehová. Mi familia sabe que cuando hay un testigo a la puerta debe de llamarme a mí, para que de la manera menos amable le pida que se vaya; desde el clásico “Pertenezco a una secta diabólica” (mi favorito por años), al “¿Tienes biblia en tu casa? –No, no quisiera tener un libro que haya causado tantas guerras y muerte…” (Este casi provoca un infarto a la viejita que no podía creer lo que mi insensatez había pronunciado), entre muchas otras líneas que sólo hacían que se fueran y a la semana siguiente regresara otra persona más paciente que la otra, con preguntas de inicio diferentes, con folletos más elaborados, pero aún así no habían logrado dar en el clavo… no hasta hoy.

A veces me gusta pensar que no soy una persona común, pero hoy fue claro que no tengo nada de extraordinario y que debería estar avergonzado de mi mismo, pero los testigos deberían de estar más avergonzados de lo que hicieron, del punto al que llegaron para lograr que una persona de débil fe como yo lograra si quiera pensar en la posibilidad de tener una cita de nuevo para hablar, sobre la biblia, sobre el verdadero gobernante del mundo y de cómo nos salvaremos si confiamos en el señor ¡Oh por dios (Jehová), ya empiezo a hablar como ellos! y se preguntarán, pues qué demonios (no Jehová) hicieron para que este predicamento sucediera… mandaron a un modelo.

Sí así es, cayeron en lo más bajo que se puede caer ahora mandaron a una cara bonita, un cuerpo que sí es obra del señor, y qué señor, pero bueno ese no es el caso, el caso es que le abriré mi casa (¡Dije casa pervertid@ mal pensad@!) cada vez que venga pero juro que no caeré en su trampa, sólo los dejaré que sigan intentándolo, y esperemos que conserven la estrategia, sino tendré que regresar a estrellarles la puerta en la cara, hacerme el dormido, gritar ¡Belcebú ven! tres veces o fingir exorcismos.